Autoregistros 2

 

Autoregistros 2

por
Sara

 

Hemos hablado en alguna ocasión de la importancia de los autoregistros como técnica para conocer más y mejor el alma de los adolescentes. Exponemos algunos ejemplos de la confidencialidad de una adolescente atormentada por las muchas vivencias propias y familiares. Recordamos que el relato de los sentimientos constituye una terapia liberadora además de una ayuda en la comunicación clínica. Hemos respetado la redacción original, así como la caligrafía; todo ayuda a entender la cultura, el nivel de formación y la inteligencia de la persona.

Luis Rodríguez Molinero
Doctor en Medicina. Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia.
Centro Médico Recoletas La Marquesina. Valladolid

 

 

 

Autoregistros


Autoregistros

por
Estudiante, 14 años

 

En la entrevista clínica no siempre conseguimos oír y escuchar lo que realmente pasa por la mente de la persona con la que hablamos. Hay silencios, frases que no se terminan, miedo a decir algo o a no ser comprendido, expresiones contradictorias, torpeza expresiva, pensamientos delirantes… a estas dificultades se añaden las derivadas de su nivel de inteligencia emocional o cognitiva.

Nunca hemos dicho que sea fácil hablar con adolescentes. Afortunadamente tenemos recursos. El primero es ganarse la confianza y “adivinar” lo que se nos quiere decir. Lo segundo es empatizar y acercarnos a lo que está pasando por su mente. A algunos adolescentes les han pasado cosas muy duras que les han cambiado la comprensión del mundo y les dificulta las relaciones con los demás y sobre todo con los adultos que han sido los que les han traicionado.

Uno de los recursos disponibles que suele dar buenos resultados son los autoregistros. Son narraciones de lo que puede ocurrir a lo largo del día o de la noche y que pueden tener relación con estados emocionales o pensamientos disruptivos. Algunos adolescentes tienen muchas dificultades tanto para hablar como para escribir y esto dificulta el componente terapéutico.

Adjuntamos una narración breve, fotografiada de un cuaderno de una persona de 14 años con numerosos acontecimientos negativos tanto en su vida familiar como personal que estaban impidiendo su buen desarrollo psicosocial. Es un ejemplo, incompleto, de emociones descritas que nos ayudan a comprender los estados por los que pasa a lo largo de un día.

 

Comité editorial de Adolescere

 

Escrito original de la paciente

 

 

 
 

Por si a alguien le ayuda. Esta es mi historia…


Por si a alguien le ayuda. Esta es mi historia

por Vicente, 15 años

 

Mi médico que ha recomendado que escriba en unos folios lo que me ha pasado este curso y que me ha hecho sufrir tanto. Me dice que por una parte me ayuda a superar los disgustos y por otro si alguien que haya o este pasando por situaciones parecidas puede encontrar ayuda o alguna orientación. Nunca he escrito nada que no sean los exámenes o los trabajos escolares.

Tengo 15 años y estudio 3º de la ESO en un colegio en el que llevo desde hace 7 años. Anteriormente vivía en otra ciudad. Nunca tuve problemas con mis compañeros, siempre he tenido amigos con los que me he llevado bien, aunque me cuesta hacer amistades y me dicen que soy algo tímido. Mi hermana, un año mayor, estudia en el mismo colegio.

Desde segundo he empezado a notar que algunos compañeros murmuraban, me hacían el vacío, me aislaban, no querían formar equipos conmigo, etc. Esto no me ocurría cuando estaba con las chicas por lo que siempre prefería su compañía a la de los chicos, aunque me apetecían más las actividades de ellos. Mis amigos preferidos eran los de mi urbanización con los que compartía juegos y actividades de los fines de semana. En vacaciones me gustaba estar en el pueblo de mi madre donde siempre coincidía con chicos de mi edad. El curso terminó bien, aunque nunca he tenido problemas escolares y las notas eran del agrado mío y de mis padres. Con mi hermana comentaba algunas cosas que me pasaban y la sorprendían porque el ambiente del cole ella lo percibía normal a pesar de haber tenido en años anteriores algún episodio de acoso escolar que se publicaron en la prensa.

Lo peor ha sido este año. La mayoría éramos los mismos alumnos que el año pasado, por tanto, nos conocíamos todos. Desde el principio había un grupo de compañeros que me hacían bromas y se metían conmigo, la mochila, la visera o cualquier cosa que llevara. Algunos de estos eran los mismos que el año anterior murmuraban o decían cosas que no eran verdad. Alguna de mis amigas me trasladaba esas murmuraciones. Cuando los profesores pedían hacer trabajos en grupo, notaba que nadie quería formar grupo conmigo y era la tutora quien me colocaba en alguno de ellos. Incluso las chicas con las que normalmente tenía buenas relaciones eran también reticentes a estar conmigo. Lo comenté con mi hermana que seguía sorprendida de lo que la contaba. En los recreos, me costaba formar grupo, notaba que cuando me acercaba a alguien con frecuencia se marchaba a otro lado. Así varias semanas. No entendía nada, me agobiaba, me costaba estudiar, no dormía con la facilidad de antes. Pensaba cosas tristísimas, incluso lloraba. Me hacía preguntas, que por qué a mi, me veía feo, torpe, desgraciado y con mala suerte en la vida. Me acomplejaba mucho todo esto.

Pasaron varias semanas y no veía fin a todo. Cada vez me costaba más ir al colegio.

Empecé a recibir mensajes en los que me decían los mismas expresiones que oía en el patio. Se lo comenté a alguna amiga y me dijo los nombres de los que principalmente se metían conmigo.

Mis padres no sabían nada. No me atrevía a decirles lo que estaba viviendo en el colegio. Mi hermana se extrañaba de todo y fue ella la que se lo contó a mis padres. Fue un día después de cenar cuando mis padres me pidieron que les contara lo que me estaba pasando en el colegio. Estaba hermético, no quería hablar, estaba cansado, reventé a llorar y grité que me “quería morir”, que “no aguantaba mas”… Mi madre se puso a llorar, mi padre parecía más tranquilo y mi hermana me miraba con ojos enrojecidos. Lo pasé mal. Nos tranquilizamos todos, por fin hablé y me sirvió de consuelo. Nos fuimos a dormir como dos horas más tarde de la habitual. Al día siguiente mi madre me acompañó al colegio. No sé con quien habló. Pero ese mismo día la tutora me llamó para hablar con ella. Creo que quería ayudarme. Nos vimos otro día mas. Me pidió los nombres de todos los que se metían conmigo. Durante los días sucesivos salieron de clase muchos de los implicados. Estaba claro para qué. Pero aquello no terminaba de consolarme y sobre todo yo me sentía cada vez peor. Pasaba noches durmiendo mal y obsesionado con el colegio, los insultos y los compañeros. ¿Por qué tenia que ser yo con quién se metían?

Por fin mi madre me llevó al médico. Me acompañó mi madre. Mi padre quería quitar importancia e intentar resolverlo nosotros. Hablé con él durante mucho tiempo de casi todo. También mi madre. Cuando estuve a solas con él me preguntó si había pensado en suicidarme, le dije que sí, pero que nunca lo haría para no disgustar a mi madre, sobre todo. Me hizo que rellenara varios cuestionarios. Por primera vez empecé a sentir que alguien me entendía y me ayudaba. Hablamos de como era yo, de mi familia, del papel de mi hermana en el colegio. De mis cualidades y defectos. De la sociedad, de los adolescentes, de los amigos y del acoso escolar. Me habló del sueño y la importancia del dormir bien para que la mente esté serena. Me ofreció tomar medicación en caso de que persistieran las dificultades para dormir. No hubo necesidad.

Durante varias semanas estuvimos viéndonos en la consulta. Me dio un informe para la tutora con algunas recomendaciones. Intervino el Orientador y durante varios días nos reunimos los compañeros para hablar de lo que es el “acoso escolar” y del daño que se hace a las personas. También comentamos que todos podemos ser víctimas en cualquier momento y que en un colegio no se deben tolerar estas situaciones que alteran mucho la paz escolar. Creo que también se reunieron los padres de los chicos que creía formaban parte del grupo.

Uno de los padres de los compañeros que se metían conmigo, era profesor en otro colegio y fue a hablar con mi madre para pedirme disculpas y colaborar para que el ambiente del aula mejore.

Han pasado varios meses. Todavía recuerdo los mensajes insultantes y aquel mal ambiente. Agradezco a mi tutora las molestias que se ha tomado. La primera evaluación fue regular, la segunda mala y creo que esta última va a ser mejor. Estudio con más ganas y espero poder terminar el curso bien.

 
 

 
 

Mi historia comienza en primero de la ESO…

 
 
 

Mi historia comienza en primero de la ESO…

Juan
Estudiante
 

Juan es un chico de 17 años que ha acudido a la consulta desde los nueve años. Tenía problemas de atención y de conducta. Ha sido atendido en diferentes gabinetes y ha llevado medicación intermitentemente debido a la conducta oposicionista. Su familia, ha sido protagonista en todo el proceso de cambio en Juan. Trabajo les ha costado. La paciencia, constancia, la confianza en su propio hijo y la fe en si mismos han hecho de Juan un chico de éxito.

Cuando propuse a Juan realizar una narración sobre lo que recuerda de sus años anteriores, enseguida se ofreció.
Este relato, sincero, honesto y generoso, va dirigido a aquellas familias que tengan una situación parecida para que no pierdan la esperanza ni la ilusión de ver crecer a los hijos. Está escrito con el estilo natural y espontáneo con el que escriben los chicos ahora. Los hijos son los que dan sentido a la maternidad y la paternidad. Los padres no pueden perder el papel que les toca hacer, aunque en muchos momentos pudieran arrepentirse de haber tenido este hijo.

 


 

Hola soy Juan y actualmente me encuentro en Canadá de intercambio haciendo segundo de bachillerato. Sinceramente si me dices hace años que acabaría donde estoy ahora mismo, probablemente hubiera apostado a que no.

Mi historia comienza en 1º de la ESO donde ya al empezar el curso era un chico bastante revoltoso que en clase buscaba más pasar un buen rato que estudiar o atender. De hecho por eso mis notas no eran muy buenas, de ahí que llegara a casa con malas noticias que no ponían muy contentos a mis padres. Aparte de eso para unos padres ver cómo su hijo llega del colegio y no estudia ni hace nada más que estar tirado en la cama y recibir notas de los profesores de mi actitud, no es bueno. Pero aparte de eso, problemas en casa como los hubo los siguientes años no hubo ya que al final, entre charlas con profesores y hablando con mis padres debido a que soy listo, saqué el curso.

El verano transcurrió con normalidad. Cuando empezó segundo yo no tenía mucha motivación y mi actitud fue la misma que en el anterior año pero debido también a otros compañeros las pifias aumentaron. Y llegó un punto en el que ya no tenía ganas de ir al colegio porque, sí lo pasaba bien cuando la liaba, pero estaba cansado de broncas y de falsos amigos que muchas veces me obligaban a hacer pifias (no todas las hacía por lo que dijeran otros), eso no quita que tuviera buenos amigos que a veces me decían que lo estaba haciendo mal. Entonces me quedaba en la cama por la mañana y no iba al colegio y claro eso a la larga no se puede, entonces el colegio habló con mis padres y junto a eso yo estaba nervioso todo el día y hacía locuras como pegar a mis hermanos y molestarlos por tonterías y tratar mal a mis padres, sobre todo a mi madre ya que era con la que más tiempo estaba. Cuando el colegio influyó, llegó a venir el tutor a casa ya que vivía a un minuto del colegio para que me levantara y fuera, y ya llegó un punto que la policía entró en acción y venía a casa (vino al final 3-4 días). Entonces a partir de eso mis padres buscaron un psicólogo para ver qué pasaba y ayudar pero nunca llegó a funcionar y entonces al final con la policía volví a ir al colegio aunque el trato y la actitud en el colegio siguiera siendo mala al menos iba. Y al final acabe el curso como el anterior aprobando 7 en junio en los finales.

El cambio del chip fue que no.

En conclusión, yo no hubiera llegado aquí sin ayuda de mi médico Luis Molinero, que más que un psicólogo para mí era un amigo en el que poder confiar, ya que para mí decir que me iban a llevar un psicólogo me echaba mucho para atrás. También mis amigos del colegio Nico y Manu. Y un amigo de la infancia que en momentos que me encontraba solo siempre estaba ahí y fue el que me presentó a dos personas que ahora son unos de mis mejores amigos, Claudia y Gonzalo. Y como no hablar de scouts, una cosa que recomiendo porque ahí es un sitio en el que te sientes tranquilo y sin presiones y donde conocí a gente que me ha apoyado y de la que sigo teniendo muy buena relación ahora como Lucas, Yago , María y dos increíbles monitoras: Laura y Silvia. Y bueno la más importante de todas, que por eso la dejo para el final, fue mi familia, mis padres que son los que han pasado lo peor y a los que agradezco siempre todo lo que han hecho por mí y seguir confiando en mí siempre, a pesar de todo. Sobre todo mi madre que era la que peor lo pasaba. También mis hermanos que aunque nunca lo he dicho, en verdad son los mejores hermanos que se puede tener y a los que también quiero aunque me cueste decirlo, junto a todos mis primos y tíos que en mi caso tengo muchos y cuando nos juntamos pasamos el mejor rato posible y que también siempre me han apoyado. Y ahora ya sí, por último, que es lo que me hizo cambiar el chip en los estudios, es mi motivación de querer ser militar que es mi sueño y es por lo que estoy trabajando tanto ahora para lograrlo y también porque sé que a mi familia le va a encantar.

 
 

 
 

Dualidad


DUALIDAD

por Alejandro Marchena García, 17 años

 

Mi ángel de oriente

Mi ángel de oriente

Yo quiero quererte.

Desde tu preciosa sonrisa

A tus manos, blancas y finas.

Y tu prodigiosa cabeza

Siempre deseosa de aprender.

De veras no puedo comprender

Como portas tanta grandeza.

Desde el principio lo supe:

“Es ella”. “Es ella”. “Es ella.”

Y, efectivamente, tú eras

Por la que mi amor cortar no pude.

Tal vez fuese un flechazo,

Tal vez un desvarío adolescente

Pero sí hay una cosa en mi mente,

Necesito un beso y un abrazo.

Mi ángel de oriente

Yo quiero quererte.

 
 

 
 

Esta es mi cara y cruz.

Esta es mi dualidad.

Tus cartas debes mostrar

¿Estarás conmigo tú?

 

El falso amor

El amor mutuo da la felicidad.

Es lo mejor de este mundo,

Una perfección ideal.

Te da alegría, te hace mejor,

Te da un apoyo sin igual,

Te da alas para volar,

Te da en el frío calor.

Pero el falso amor, ¡ay el falso amor!

Si me lo preguntas, forastero,

Decirte esto sí que puedo,

No hay una mentira peor.

Cuando más alto vueles por el cielo

Esa persona tus alas cortará

Caerás velozmente al suelo

Y tu cabeza contra él se estrellará.

No podrás curar tu dolor

Puesto que es la mayor traición

Pero lo peor de este enredo

Es que… ¡Tch…! todavía la quiero.

 
 

 
 

Esta es mi cara y cruz.

Esta es mi dualidad.

Tus cartas debes mostrar

¿A cuál prefieres tú?

 
 

 
 

¿Cuándo los profesores van a aprender a enseñar y educar mejor?


¿Cuándo los profesores van a aprender a enseñar y educar mejor?

por Daniel
Estudiante, 15 años

 

¡Hola!, soy Daniel. Aunque me han dicho que no diga mi nombre para no poder identificarme, no me importa porque estoy seguro que nadie me va a conocer.

Tengo 15 años y estudio 3º de ESO en un Instituto. En los últimos 2 años me han pasado cosas que me han alterado tanto a mí como a mi familia. Mi padre tiene un negocio y mi madre es policía.

En el colegio he tenido varios enfrentamientos con profesores porque dicen que les provoco y lo que creo es que no soporto el abuso que hacen por ser profesores y pensar que los alumnos tenemos que estar a sus órdenes. Me han hecho varios partes y mi madre me dice que como siga así me van a expulsar del Instituto.

El año pasado después de un enfrentamiento con un profesor mi madre consultó con mi médico, (el mismo que me ha encargado que escriba sobre lo que me pasa) y después de varias entrevistas y algún test o lo que sea, me dijo que tenía una dificultad para atender y por eso suspendo y además un problema de conducta que él llama “negativista y desafiante”.

Me dicen que tengo mala fama y los profesores me tratan mal, no me entienden y están siempre provocándome. Mi médico me dice que esto viene de mucho antes, los profesores no tienen ninguna confianza en mí y me atribuyen cosas que no he hecho lo cual me produce mucha rabia y me hace saltar hasta decir cosas que no me gustaría decir, pero que no lo puedo evitar. He estado varios días castigado en la biblioteca y en alguna ocasión me he marchado sin permiso del Instituto.

Mi madre está muy cansada porque ve que cada vez me llaman más la atención, se quejan y creo que todos los profesores están en mi contra. En casa me cuesta ponerme a estudiar por las tardes y mi madre lo lleva mal, motivo por el que discutimos con frecuencia.

Yo pregunto, si tengo un problema con mi carácter y mi conducta ¿por qué los profesores no intentan comprender mi situación y tratarme con un poco más de respeto y tolerancia? Nunca me he pegado con nadie, aunque en una ocasión di un puñetazo en una pared de rabia por un castigo que era injusto.

Tengo una hermana melliza que va al mismo instituto y la misma clase y ella misma dice que los profesores exageran cuando cuentan lo que hago. Mi hermana pasa un poco de vergüenza cuando me castigan.

Me gusta el deporte, estoy federado en Kick Boxing y entreno varios días a la semana. Dentro de unas semanas participo en un concurso. Además, me gusta la calistenia que suelo practicar o en casa o en un parque próximo.

Yo no voy a cambiar porque creo que no hago nada malo y lo que propongo es que los profesores sepan más pedagogía para entender a los alumnos como yo, que lo que quieren es ir al colegio y estar con los amigos, que somos gente sana, nos gusta el deporte, no bebemos ni fumamos.

Mi médico me dice que tengo que controlar mi conducta. Que no puedo decir ni hacer lo que se me ocurre cuando se meten conmigo, que tengo que “filtrar” esa conducta y controlarla. Lo cierto es que, si me tratan con respeto y educación, no tengo reacciones bruscas o violentas. Me dice que, si tanto me cuesta controlarme, hay medicamentos que me pueden ayudar, pero ni yo ni mi madre los queremos. ¿Por qué los profesores si conocen como soy no intentan tratarme de otro modo que me provoque menos? Solamente he tenido un profesor con el que me he sentido bien, pero era interino y ya no está. Ha sido con el que siempre me he sentido a gusto.

Nunca he repetido curso. Aunque no hago las tareas, no me cuesta estudiar antes de los exámenes para sacar un aprobado. Mi madre me dice que este año va a ser el primero en suspender. Yo espero que llegue el día en que los profesores no se metan conmigo y pueda estar en clase a gusto con mis amigos.

 
 

 
 

Mi experiencia con la ansiedad


Mi experiencia con la ansiedad

por Sara
Estudiante, 19 años

 

Buenas, me presento, mi nombre es Sara y soy una chica de 19 años, he padecido de ansiedad que venían de la mano con una bulimia y una depresión, aunque hasta un tiempo después no lo supe.

Aunque hay personas que no lo creen es cada vez más común y mucho más después de la pandemia.

Mi vida era tranquila y normal hasta que aparecieron aquellos problemas con la comida. Nunca la había sentido como tal, un monstruo que se aferra a ti y hace que sufras una terrible angustia en el corazón que va diluyéndose por todo tu cuerpo pensando en algunos momentos que vas a morir literalmente.

Pero no es así, se puede ser capaz de controlarla e incluso suprimir, siendo tú más fuerte que tu mente.

Primero voy a contaros de qué forma la he sufrido yo, cómo me ha hecho sentir y de qué forma ha llegado a afectar en mi vida.

Yo empecé, como ya he dicho, a obsesionarme con la comida y esto fue lo que empezó a creármela.

Mi ansiedad empezó con agobios raros (como yo los denominaba en su momento) cuando no hacía deporte, o me saltaba alguna regla no escrita de alguna de mis dietas mentales. Sentía mucho agobio y era abismal la forma en la que me hacía sentir mal, a veces solo de pensarlo llegaba a medio asfixiarme de tanto llorar, lo que llegaba a arruinarme el resto del día recordándolo, teniendo una actitud muy pesimista o estando furiosa.

La mayoría de veces este comportamiento lo padecieron mi familia, mi padre, mi hermano y mi madre ya que viven conmigo.

Ellos no lo entendían, tampoco sabían nada de lo que rondaba por mi cabeza e hizo que discutiera mucho con ellos porque yo estaba en un cuarto oscuro cerrado del que no quería salir.

Yo me encontraba muy cansada mentalmente y físicamente.

Caminar o hacer tareas básicas del día me agotaban y más tarde descubrí que no era solo por no comer.

También algunas situaciones como, por ejemplo, aquellas que implicaban comer con gente delante, u otros acontecimientos que antes no me paraba a pensar porque no me ponían nerviosa, ahora me hacían sentir opresión en todo el cuerpo.

Y ni siquiera habían pasado, simplemente me hacían sentir mal de solo pensarlo cuando no tenían por qué.

Con la ansiedad lloras y mucho. A veces es porque no sabes controlarlo, otras porque no sabes qué te está pasando y por último para desahogarte.

Es bueno llorar claro, te desahogas.

Pero cuando te acuestas y te despiertas llorando con desazón sin motivo entiendes que algo no va bien y que no puede suceder así de seguido porque ya no te desbloquea ni te alivia.

Te crea pájaros en la cabeza que van multiplicándose y creando un revuelo de ideas oscuras.

También me hice más insegura, era menos sociable, más tímida, no me gustaba estar con mucha gente porque me creaba molestia y no estaba a gusto del todo.

No te sientes tú, te sientes otra persona, no sabes quién eres y eso te crea más tristeza y pesadumbre.

Una vez, recuerdo que no fui a clase y me quedé en casa sola a escondidas después de que mis padres se fuesen a trabajar. Me pasé las tres primeras horas llorando y mi corazón latía muy deprisa. Pensaba que se me iba a salir del pecho y que iba a morir drásticamente por un ataque o algo así.

Cuando me tranquilicé bebí algo y me calmé.

Pensé que acababa de pasar porque en mi vida me había sentido así y fue horroroso.

Te distorsiona la vida pero solo tienes que aprender a decir a tu cabeza que se calme y que todo va a pasar e irá a mejor.

Y poco a poco cada vez aparece menos.

También acudí a un psicólogo y después a la seguridad social, lo que me ayudó con todos mis problemas y supongo que por eso fue esfumándose.

Este es mi caso, pero hay muchos otros, como los que os voy a contar de personas cercanas que han querido hablar conmigo sobre este tema y me han dado otras perspectivas sobre la ansiedad.

La mayoría me han descrito este dilema como sensación de ahogo, nerviosismo, no poder dormir, dolor en el estómago y pecho junto con miedo o mareo.

También que ayuda a contrastarlo el deporte, salir a dar una vuelta con amigos de verdad, hablar, evadirte, en general, con cosas que te hacen sentir bien, ya sea ver el atardecer tú solo o darte una ducha caliente larga.

Una de ellas me ha contado que lo ha sentido más después de la aparición del covid pero que anteriormente ya lo había sentido con situaciones rutinarias como coger el coche, la presencia incómoda de alguien o de tanto posponer tareas que al final se acumulan.

Otra persona me ha hecho ver la distinción entre estrés y ansiedad.

Para ella, el estrés puede ser debido a un desencadenante claro, como el trabajo, pero por el contrario, lo otro es una intranquilidad con un nudo en el estómago que no puedes deshacer porque la situación es inevitable.

Igual que yo, esta persona necesita fumar para calmar la ansiedad por cualquier problema, aunque sea a altas horas de la noche o tengas que hacer una maniobra increíble para conseguir fumar ese cigarro y tras diez minutos suele calmarse.

Si crees que padeces esta dificultad o ya lo sabes, quiero que sepas que con amor, tranquilidad, comunicación y apoyo con los tuyos o si te perturba mucho y crea problemas graves en tu vida, con ayuda de profesionales, se puede controlar o suprimir.

Gracias por leer este texto y espero que hayas entendido o aprendido un poco más lo que es la ansiedad.

 
 

 
 

Testimonio personal


Testimonio personal

por Sara
Estudiante, 19 años. Diciembre de 2020

 

Hola. Mi nombre es Sara. Tengo 19 años. Hoy vengo a contarte un caso de trastorno de la conducta alimentaria: el mío, la bulimia. Es uno entre los muchos modos de trastorno de la conducta alimentaria, y hablo en presente porque actualmente, aunque no tomo medicación ni acudo al psicólogo/psiquiatra, esta enfermedad sigue estando presente en mi vida (incluso si la tuviera superada, habría cambiado mi forma de ver el mundo, al menos desde mi punto de vista), aunque ya no me afecta de la misma forma en la que me afectaba antes.

Toda historia tiene su comienzo, y el mío tuvo lugar hace alrededor de 6 años. Pero realmente hasta hace algo más de uno yo no pedí ayuda, y hasta hace tres no empecé a cambiar mi vida radicalmente por la comida.

Los años anteriores a éstos pienso que fueron el detonante de todo. Un proceso, un cúmulo de sucesos, sentimientos y situaciones que me convirtieron en una persona con muy baja autoestima y ningún amor propio.

En la época en que empecé a ir al instituto surgieron perspectivas y ambiciones diferentes en mi vida. Cuando hasta entonces nunca me había sucedido, empezó a importarme mi imagen, y absolutamente todo lo que estuviese relacionado con la apariencia.

Esto fue creciendo con los años. Como es normal en esta etapa, cambié físicamente, y poco a poco fueron cambiando también mis hábitos. Comía más sano y hacía más deporte, por lo que se notaba que mi aspecto era muy distinto. No me pesaba, y no me miraba al espejo, porque me seguía sintiendo esa misma niña gorda que fui durante unos años, a pesar de no haber tenido sobrepeso nunca. A menudo llegaba a mi mente el insulto más original y gracioso que me han hecho respecto a mi físico: “minifalete”.

Tras mi cambio, los comentarios complacientes sobre mi aspecto, y la atención que me prestaban las personas de mi entorno por una transición física tan brusca, hasta el punto de pedirme consejos o solicitar mi dieta, hicieron que surgiera en mí el concepto de que estar delgada era ser guapa, y ésto se convirtió en una prioridad por delante de cualquier otra, hasta el punto de condicionar mi vida. Psicológicamente también cambié, aunque supongo que la etapa de adolescencia está relacionada con ésto. Mi actitud ya no era tan alegre y positiva, mis estudios ya no importaban tanto, y era más introvertida con mis familiares más cercanos.

Más adelante, con la entrada en mi etapa de bachillerato fueron empeorando las cosas. El primer año lo recuerdo con mucha oscuridad, dolor y pena. Me desmotivé en general, me daba asco todo, y el simple hecho de levantarme de la cama por las mañanas era un esfuerzo para mí, porque en ninguna parte veía sentido a la vida. Aparentaba estar bien, aunque en mi conducta se notaba que no lo estaba. Todos los días, en algún momento a solas, rompía a llorar porque sí. La presencia de personas me producía irritabilidad sin motivo ninguno. Odiaba al mundo, y todo lo que había en él me parecía no tener ninguna razón de ser, y así una larga lista de pensamientos pesimistas se paseaban por mi mente un día y otro día. Todo esto pienso que ayudó a que yo liberase mi frustración y mi tristeza a través de un trastorno de la conducta alimentaria, exigiéndome más y destruyéndome más.

En el segundo año de este ciclo fue realmente cuando empecé con las restricciones en las comidas, y las obsesiones sin sentido. Comer me producía placer, así que, si estaba triste, preocupada o agobiada, me daba caprichos. Pero engordar no me gustaba tanto, más bien me creaba más agobio, y me metí en un bucle.

Entonces empecé con comportamientos compensatorios insanos, dejando de comer para equilibrar esos premios que me daba. Me saltaba comidas, cenaba algo inferior a las 100 calorías, como una manzana, por ejemplo, o hacía ayunos raros. Más tarde, en momentos puntuales, como comidas con amigas, familiares, o días puntuales que a lo mejor había comido más de lo que me permitía mentalmente, me producía el vómito con mis dedos, para compensar esas grandes ingestas de calorías, o de alimentos muy procesados. También aumentaba la intensidad o duración de ejercicio diario los días posteriores.

Junto a esto, me descargué aplicaciones para contar el valor energético de todo lo que comía. Esto hizo que mi cerebro se convirtiese en una calculadora de calorías, e intentaba rebajar todas las que podía haciendo cálculos metabólicos. Incluso llegué a saber cuántas calorías gastaba mi cuerpo haciendo cualquier tipo de ejercicio, estando de pie, en reposo, o cuántas gastaba mi estómago haciendo una digestión, y así, comería, por ejemplo, una miga de pan y gastaría más calorías sin necesidad de hacer nada. Ahora suena ridículo, pero todo ello en mi mente encajaba, aunque fuera enfermizo.

Al indagar por todas estas páginas de comida y números me encontré con el chitosán. Era un producto maravilloso en forma de pastilla que tomaba antes de las comidas y absorbía todas las grasas que tuviesen los alimentos que comiese. No era difícil de encontrar, así que cogí varias cajas para tomarlas, al principio de vez en cuando, pero más adelante como una rutina antes de cada comida.

Afectó a mi vida tanto la preocupación por los alimentos, que me producía frustración salir y hacer planes con mis amigos, por si aquellos planes tenían comida de por medio. Aun así, me seguía evaluando de forma injusta y no me sentía a gusto con mi apariencia. Cada vez que tomaba algo me machacaba la cabeza, y fue así como empecé a devolver todo lo que comía, fuese verdura o un bollo. Pasaba hambre desde que me levantaba hasta que me iba a dormir. Bebía litros de agua para saciarme, aunque al rato volviese a sentir el estómago vacío. Me pesaba antes y después de cada comida, al levantarme y al acostarme. La alteración fue tal, que ya no tenía ningún control con la comida, y cada vez que comía acaba con un atracón. Por ejemplo, comía un trozo de pan de más y necesitaba vomitarlo. Evitaba a toda costa comer con gente, porque me asustaba no poder controlarme y comer demasiado, o con mucha ansiedad delante de ella. Por supuesto, no comía arroz ni pasta.

Llegué a comprarme comida como rutina, todo ello bolsas de fritos, cereales, gominolas, es decir, lo que no me permitía comer bajo ningún concepto, para darme atracones, y que no se notase en casa que faltaba mucha comida. No dejaba de comer (tenía un hueco en mi estómago que fue creciendo con los días) hasta encontrarme mal físicamente.

Era un sacrificio comer y no expulsarlo, porque sentía que había “trabajado” tanto para adelgazar, que lo estaría echando a perder. Siempre pensaba que podía verme un poco mejor, que podía adelgazar un poco más, y me sentía en lucha, simplemente por pensar qué comer, en si cenar o no cenar, en si lo que estaba haciendo estaba matándome…

Definiría esta enfermedad como un no vivir, estar enfadado consigo mismo y con el mundo, discutir sin motivo porque te sientes mal, sentirte vacío y ver las cosas en un mundo paralelo al de los demás.

Para terminar, no solo fue una etapa de pensamientos irracionales, comilonas y vómitos. Mis horarios de sueño estaban completamente cambiados. A lo mejor dormía tres horas una noche y luego otras tres en la tarde del día siguiente. Mis manos estaban secas, y mis nudillos tenían heridas o moratones por mucha crema que me echase. Me sentía cansada continuamente, y pasaba frío a todas horas. Además, sentía que no era la misma persona, más vulnerable y frágil, porque todo me hacía sentir insegura.

Cuando todo ello me consumió hasta tener más síntomas físicos, como dolor de cabeza, mareos, dolor de tripa o de garganta, acepté que yo sola no podía continuar de esa forma.

El proceso de esto es complicado. Sientes que avanzas muy despacio, o que estás fracasando, y cuando crees que has conseguido superar a esa persona en tu cerebro que guía tus impulsos incoherentes, retrocedes otra vez.

Pero a veces hay cosas que no puedes cambiar y está bien saber cuáles son tus límites.

 

 

 

Buscando me


Buscando me

por Delfina Abdo
Estudiante de Escuela media. 16 años

 

Entonces entré a la habitación de los espejos, o “adolescencia” como algunos también la llaman.

-Vas a encontrar la salida- me dije- Pase lo que pase, te tenés a vos misma-.

En la habitación de los espejos todo se vuelve incierto, un poco dudoso.

Aparecen demasiadas imágenes de mi misma y reconocer cuál de todos los reflejos es el verdadero, se vuelve una tarea difícil.

¿Pero es mi esencia en realidad sólo un reflejo? O todo se ha vuelto tan confuso que olvido que soy más que lo que ven mis ojos.

A veces cuesta un poco saber quiénes somos, cuando los medios de comunicación nos regalan miedo, y después nos bombardean con publicidades para vendernos “seguridad”…

Cuesta cuando la mente dice una cosa, el cuerpo otra, y las hormonas juegan en contra…

Cuesta cuando no entendés porqué dejaste de pedirle a tu mamá que te acompañe a la puerta del colegio, y en cambio le hablás para que te busque de una fiesta a las 5 de la mañana…

Cuesta cuando el orden natural exige rebelarse contra todo lo establecido…

Cuesta cuando intentás encajar y pertenecer a un lugar…

Cuesta cuando todo es cambio y nada tiene sentido…

Y voy por ahí, probando talleres de física y también de danzas africanas; yendo al gimnasio y después a sesiones de arte terapia; voy expresando mi odio al capitalismo mientras sostengo mi nuevo iPhone; aborreciendo la iglesia y hablando cada noche con Dios; asistiendo a marchas feministas y dejando de comer carne.

Me tiño el pelo. Grito. Me callo. Me apago. Me enciendo. Me caigo. Me levanto. Me pierdo y me encuentro, para volver a perderme una y mil veces, en la habitación de los espejos.

 
 

 
 

La vida es única


La vida es única

por Michu Am
Estudiante de Escuela media. 16 años

 

Hola soy Michel Am tengo 22 años, voy a contarles lo que siento por la vida. La vida es hermosa, hay mucha felicidad y positivismos pero no es perfecta. Toda persona se equivoca y podemos corregir los errores mirando hacia el frente con educación (respeto propio y hacia el otro) poniéndole voluntad, esmerarse, escuchando y ayudando por qué de eso se trata la vida. En la vida hay qué pelearla hasta el final dándolo todo. Nos caemos mil veces y nos levantamos mil veces y así sucesivamente, para lograr la felicidad y la felicidad no es solamente la que uno siente si no también lo que la otra persona siente también que se refleja en vos. La vida es bella hay que disfrutarla por qué nunca sabes cuando puede terminar, así que cada momento que se vive hay que sentirlo como único pasándola bien o pasándola mal en este caso para cambiar y poder sentirse bien. Y aprender de los errores. La vida es única.